Por Ramiro Albrieu*
El resultado de las elecciones en los Estados Unidos pone en el centro de la escena una de las tendencias de rebalanceo de ingresos más persistente de las últimas décadas: el declive de la clase media en el mundo avanzado. No se trata, por supuesto, de la causa única de la victoria de Donald Trump; cuestiones raciales y de género –entre otras- han tenido su rol también. Creemos, sí, que es imposible analizar los recientes hechos políticos sin hacer referencia a este cambio estructural.
Para el caso de Estados Unidos, el Pew Research Center estimó que mientras a principios de los setenta un 61% de los adultos pertenecía a la clase media, en 2015 el porcentaje apenas llega al 50%. Si bien este cambio favoreció a aquellos que ascendieron en en la escala de ingresos, una porción similar del declive de la clase media se dio por un ensanchamiento de los estratos bajos y medios bajos, el cual a su vez fue particularmente fuerte en las franjas de edad media (entre 30 y 64 años), con nivel educativo bajo, y-con mucha variabilidad- en el centro y en el oeste del país.
El declive vino acompañado con una mayor desigualdad en la distribución del ingreso. A principios de los setenta, el ingreso promedio del 10% más rico era unas cuatro o cinco veces el del 90% restante; hoy llega a las diez veces. El ratio que observamos hoy representa el mínimo valor desde la década del 1920, lo cual quiere decir que prácticamente ningún norteamericano tiene memoria de haber vivido un nivel de desigualdad así de alto.
Ascenso y declive de la clase media
La década de 1920 fue clave para entender el ascenso de la clase media norteamericana. Las políticas deflacionarias que intentaron un retorno a las paridades del Patrón Oro previo a la primera guerra, el crash financiero del ’29, las políticas de devaluar para empobrecer a los vecinos, el proteccionismo; la secuencia descripta dejó un par de lecciones que fueron retomadas a la salida de la segunda guerra mundial: la primera, que el gobierno era el encargado de diseñar la política de crecimiento, la segunda, que la globalización debía ser selectiva y supeditada a los objetivos domésticos.
Con estos dos criterios apareció la fuga hacia adelante de los Estados Unidos –y con ella, la clase media. La expansión fiscal financiada con endeudamiento en un contexto de represión financiera permitía no sólo dar empleo y protección social a personas de distinto nivel educativo; también fomentaba directa o indirectamente la innovación, principalmente a través del gasto militar. El gran tamaño de mercado doméstico, a su vez, permitía que florezcan en Estados Unidos diversas actividades sin la participación del resto del mundo. Por último, el cambio estructural hacia la producción de manufacturas para consumo durable a escala masiva incentivó la demanda de empleos de calificación baja y media y ello redujo la desigualdad del ingreso laboral. De hecho, el ratio de ingresos de un trabajador de cuello blanco como un profesor asociado y uno de cuello azul como un operario manufacturero se redujo a la mitad entre mediados de los 1930s y principios de los 1970s. Como resultado de todo esto, la World Wealth and Income Database estima que el ratio de ingresos del 10% más rico y el resto de la población pasó de 7.5 a 4.3 entre 1930 y 1970.
Hacia principios de los 1970 nuevas lecciones aparecieron –esta vez sobre el desempeño de posguerra: la injerencia del Estado era excesiva y el proteccionismo comercial y financiero dañaba las chances de crecimiento. Y junto con las nuevas lecciones llegó el declive. Los mismos factores que motivaron el ascenso estuvieron detrás de su descenso a partir de los 1970s. Primero, la política fiscal dejó de ser tan relevante para determinar el desempeño macroeconómico. Segundo, el regreso de la globalización permitía deslocalizar actividades hacia países con costos más bajos (como los de Asia Emergente). Tercero, el cambio estructural guiado por los avances en la automatización y la explosión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) redujeron severamente la demanda de trabajo en tareas rutinarias –típicamente manufactureras- mientras que hicieron aparecer otras (de alta calificación, asociada a servicios). Con redes de seguridad más pequeñas e ingresos de mercado menguantes por la creciente competencia tanto con otros países como con las máquinas, una parte de la clase media (aquellos de menor calificación) comenzó a perder terreno. Y el ascenso de China, ya en el siglo XXI, no hizo más que profundizar el declive.
¿Podrá Trump revivir a la clase media?
Es la resistencia de la clase media norteamericana a perder ingresos y status uno de los factores detrás del movimiento antiglobalización y antielite que sustenta al nuevo presidente de los Estados Unidos (y que en este punto particular lo emparenta a Bernie Sanders). La pregunta que surge es: ¿está Trump en condiciones de revivir a esa golpeada clase media?
No nos referimos a los dichos de Trump durante la campaña: se trata de comentarios que no guardan mucha coherencia entre sí. En materia de comercio internacional lo que emerge es que las clases medias y medias bajas se verán más bien perjudicadas (como por ejemplo el encarecimiento de los bienes de consumo por los aranceles a las importaciones de China). Otras políticas, como el salario mínimo o la reforma del sistema previsional, están todavía en trazos muy gruesos como para ser evaluadas seriamente. Lo mismo con la política migratoria: es imposible determinar cuánto de lo que se dijo se traducirá en acciones concretas. Más adelante podremos analizar cada una de estas promesas. Por ahora, nos proponemos pensar si existe alguna combinación de políticas que pueda revertir la tendencia que se observa desde los 1970s.
La implementación de masivas políticas fiscales es un camino posible, habida cuenta de que el gobierno norteamericano es casi el único oferente de activos seguros a nivel global. Como esos activos son muy demandados (de manera creciente por Asia Emergente), ello le da espacio para incrementar aún más la deuda pública o incluso financiar el gasto con emisión monetaria sin que se dañe la economía. Siempre que no vayamos a un escenario extremo donde Estados Unidos pierde este “exorbitante privilegio”, sería posible recrear al menos en parte el Estado de Bienestar de antaño. Una política de ingreso universal, por ejemplo, podría servir.
Sobre el proteccionismo como dispositivo para mantener los privilegios de la clase media, la aplicación es más compleja y sus resultados más inciertos. En un mundo más conectado que nunca (vivimos, dicen los que saben, la “hiperglobalización”), el movimiento hacia la autarquía puede ser muy costoso, o directamente imposible. Hay que recordar que los países ya no intercambian bienes terminados, sino tareas dentro de un mismo proceso productivo; por eso domina el comercio intra-firma y de bienes intermedios. Romper la nueva división del trabajo en este contexto es como dispararse un tiro en el pie.
Por último, está el tema de la automatización y las TICs. Allí las posibilidades de reversión son prácticamente nulas: el crecimiento seguirá sesgándose hacia los trabajos cognitivos y no rutinarios –generalmente de alta calificación- mientras que en el resto de los segmentos del mercado de trabajo persistirán las fuerzas deflacionarias.
En suma, si bien es pronto para hacer un análisis, el panorama que surge es complejo para la clase media. Políticas fiscales expansivas pueden ayudar; “matar” a la globalización (como ocurriera post-Gran Depresión) puede traer beneficios pero también costos; revertir la deflación de ingresos por la automatización es imposible. Veremos qué sucede. Lo que sabemos es que la clase media norteamericana no se extinguirá sin luchar.
* Licenciado en Economía, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. Investigador asociado del Área Economía, Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES). Docente en la Universidad de Buenos Aires en las Areas de Economía y finanzas. Actividades de asesoramiento a diversos organismos internacionales, como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).