Por Guillermo Anlló*
La primera indignación se relaciona muy directamente con un video de un intento de robo a un turista canadiense en la Boca que desde hace unos días se está difundiendo por los medios. Ya de por sí todo hecho delictivo es deplorable, pero suceden miles en todas las grandes ciudades –no por eso menos preocupantes o indignantes-. En este caso, lo llamativo es la forma en que el mismo se insertó en la agenda mediática, el protagonismo que le dieron los medios al delincuente, y el hecho de que, luego de un intento de robo a mano armada –filmado y viralizado en el espacio virtual-, continúe en libertad y dando notas; resulta realmente asombroso e indignante. ¿Cuál sería el mensaje que se está transmitiendo al resto de la sociedad? ¿Que está bueno ser “chorro” y, al menos, sino rico, sí famoso? ¿Sólo descubrimos esa realidad de la inseguridad porque un turista lo filmó y lo colgó en la web? ¿Hace falta que suceda eso para que lo veamos? Para que emerja la “otra” sociedad ¿Qué sociedad?
Esta última pregunta remite a la segunda indignación y a una realidad sobre la que valdría la pena tener debates más profundos –la cuestión mediática, en todo caso, sería bueno que la discutieran en profundidad los expertos en el tema-. Hace tiempo que Argentina pareciera transitar una sociedad quebrada, dividida con, al menos, dos realidades bien diferentes. Los de arriba, preocupados por una agenda europea, y los de abajo, atosigados por la peor realidad latinoamericana. Los valores de ambos mundos no son los mismos, los problemas tampoco. Una, con mucho mayor visibilidad, en una sinergía establecida por el acceso al poder, los medios y el consumo; la otra, invisible, ausente del debate cotidiano, con su propia agenda y mecanismos de acción. Por momentos, el Estado pareciera pertenecer a la primera (o, quizás, debiera decir se encuentra dominado/cooptado por esta); ineficiente, ausente, lejos de la segunda (la que, curiosamente, aporta el mayor caudal de votos). Claramente, el Estado falla en la integración y cohesión social, problema que viene de larga data. Pero, si el tema no está siquiera en la agenda, ¿Dónde dar el debate? ¿Con quién?
Justamente, para este debate, hace unos años Daniel Heymann y Adrián Ramos, desde la Oficina de la CEPAL en Buenos Aires, escribían unas páginas que ya llamaban la atención sobre este fenómeno. Hoy, la situación, no pareciera haber variado mucho –lo que podría verificarse de mejor forma si es que existieran estadísticas oficiales (otra muestra de la degradación de nuestro Estado)-, salvo que estamos a las puertas de un nuevo ciclo descendente que augura profundizar aún más las inequidades existentes entre las dos realidades y volver más difícil aún las tares necesarias para cohesionar a la sociedad argentina.
* Lic. en Economía (UBA, 1996), Magister en Ciencia, Tecnología y Sociedad (UNQ, 2004), Doctorando en Ciencias Políticas (UNGSM, Tesis pendiente). Docente/investigador del Instituto Interdisciplinario de Economía Política- UBA/CONICET (IIEP) y Sub-director de las Maestrías en Economía y Relaciones Económicas Internacionales en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA (FCE-UBA)
Comparto las indignaciones. Excelente debate. Debate sobre la cuestión mediática entendiendo que hoy de lo que hay que «ocuparse» es en gran parte lo que «muestra la Tele».
La segunda indignación creo que viene con trampa. Es que hoy el Estado dice «ocuparse» de los mas desprotegidos entonces me pregunto no solo donde dar el debate y con quien sino se puede debatir algo que no se reconoce?
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Como dice Guillermo, lo de los medios mejor dejárselo a los especialistas, pero desde la ignorancia o la observación desde el llano diría que ciertamente estamos en una época en donde los seres humanos exponen todo lo que les pasa por todas las vías posibles y en la cual hay gente que es «famosa» porque es «famosa», ergo, porque logró aparecer en los medios (la fama es tautológica, ya no se gana haciendo otra cosa). No nos extrañemos si vemos al motochorro bailando en lo de Tinelli en breve … (y por qué no ganando). De paso, aprovecho para volver contra mi bestia negra de estos días; declaraciones como las de Szifrón (o Echarri) diciendo que si fueran pobres robarían no hacen más que agravar el estado de cosas que describe Guillermo, banalizando totalmente el debate sobre temas tan graves como la pobreza. La exaltación de los «valores villeros» que se busca promover desde algunos ámbitos parece, lejos de lo que se pretende en la retórica, querer justificar que los que están en la «realidad de abajo» no están tan mal al final …. Cuando gente rica y poderosa dice que en la cárcel o en las villas no se está tan mal dan ganas de vomitar …
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Que tendria que hacer el Estado para no fallar en la integración y cohesión social?
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Es evidente el hecho de que la sociedad está dividida, sobre todo por los objetivos que persigue cada grupo en particular, lo que no me queda del todo claro es la separación que señalaste entre los de arriba y los de abajo; particularmente porque creo que con respecto a éstos últimos hay importantes subgrupos con notables diferencias socioeconómicas.
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Cómo siempre, toda categorización es taxativa y, por ende, defectuosa. Estas suelen permitir definir mejor el núcleo, pero se vuelven difusas en los márgenes. En principio, cuando digo los de arriba, pienso en los que pertenecen a los deciles poblacionales más ricos (entre el 30 y 40% más rico del país), y los de abajo serían el resto. Obviamente, en ambos grupos hay matices y diferencias que permitirían seguir definiendo categorías.
El problema del resto o los «ausentes» en la mesa de debate creo que es un pecado de origen en Argentina. En aquel momento fueron los gauchos y/o criollos. Luego, siguieron siendo los inmigrantes, y así podemos seguir listando/caracterizando grupos.
Lo que si podría decirse que ocurrió durante la primera mitad del siglo XX fue una inclusión en oleadas al debate nacional -a partir de la ampliación de la ciudadanía, entendida como el acceso a ciertos derechos básicos, comunes y generales-. Primero, junto al voto universal masculino (vale la aclaración), ingresan a la vida política las clases medias (base de sustentación de las victorias radicales en sus inicios), para, más adelante, (y al son de «rompan las tranqueras y que no les retengan la libreta» propiciado por Perón), la incorporación de las clases más populares. Sin embargo, entiendo que siempre permaneció esa idea de una agenda de problemas propia de los inmigrantes europeos, que nunca pudieron dejar de verse reflejados en el espejo y compararse con los que se quedaron, como parámetro de éxito o fracaso. Esa, claramente, no era la realidad de todo el otro contingente poblacional (a veces definido por lo «interior» a veces por lo «gauchesco», o «descamisados», y alguna otra división).
El desafío de la cohesión e inclusión social se vio fuertemente sacudido por la falta de un claro sendero de desarrollo inclusivo al grueso de la población (es decir, que incluyera con oportunidades de progreso y trabajo a todos). Desde un punto de vista económico, los recursos con que contaba la economía no alcanzaban para que vivieramos con estándares europeos, al menos, no todos…Los que reclamaban eso como derecho, si lograban obtenerlo, tenía que ser en desmedro de los demás (si queremos poder acceder a una oferta de bienes y servicios similares a las de ciudades como París o Nueva York, con un PBI per capita sensiblemente menor al de los países donde se encuentran dichas ciudades, eso sólo se puede lograr a expensas de contar con regiones muy deprimidas). Esto lleva a la inequidad, característica particular de toda latinoamérica, de la que Argentina parecía ser una excepción, probablemente por aquella evolución socio-política de primera mitad de Siglo XX. En la segunda mitad del siglo pasado, sin embargo, la posibilidad de sostener la inclusión, más un estilo de vida «europeo» se fue volviendo insostenible y degeneró en fuertes tensiones sociales. En ese tránsito, el Estado se fue desgastando (menor rigurosidad profesional, menor respeto por la carrera pública, menos recursos, etc.).
El deber y responsabilidad del Estado para con los ciudadanos, y sobre todo los más desposeídos, desde mi humilde opinión, es el estar presente. Así se construye cohesión e inclusión ¿Cómo? A través la construcción de una ciudadanía (mediante la educación -de calidad-, la seguridad, los establecimientos de gestión pública, la ayuda en los problemas cotidianos, los centros de salud, etc.). Dónde más debe estar presente el Estado (física y mentalmente) es en los lugares más carenciados (hoy, si es que existe algún asistencialismo, generalmente se encuentra mediatizados por partidos políticos, agrupaciones barriales -algunas de dudosa procedencia-, punteros y matones, y diversos grupos religiosos…). En general, en esos lugares, es dónde menos Estado hay (la seguridad no depende de ellos, ya que la policia allí no entra, los centros de salud brillan por la ausencia, los colegios no existen y suelen estar fuera de la zona, el alumbrado, barrido y limpieza es una utopía, no llegan los servicios públicos básicos, etc.). Y, los espacios vacíos, tienden a ser ocupados…en muchos casos, por soluciones sub-óptimas y no deseables para la construcción social.
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