Por Luis Beccaria*
Los análisis de la situación social en países como el nuestro suelen enfatizar aspectos como la dinámica de los ingresos medios y su distribución, la pobreza o el acceso de las personas u hogares a diferentes satisfactores de las necesidades básicas. Un aspecto menos visitado es el de la inestabilidad de los flujos de ingresos que ellos reciben. La relevancia de esta variable descansa en la idea que la volatilidad de ingresos afecta negativamente al bienestar. En términos tradicionales, reduce la utilidad de un determinado volumen de recursos económicos al incrementar la incertidumbre pero también el riesgo. Aunque se anticipe el cambio, la utilidad puede verse no obstante afectada en ausencia de mecanismos que compensen estos vaivenes. Las fluctuaciones de ingresos constituyen un componente principal de la idea de inseguridad económica o de ingresos. Esta última hace referencia a situaciones de frecuentes caídas en los ingresos y/o a aquellas de incrementos poco previsibles en determinados gastos (salud, por ejemplo) que no pueden ser contrarrestados por la desacumulación de riqueza y/o la existencia de flujos compensatorios.
La inestabilidad macroeconómica es una de las fuentes principales de las fluctuaciones de los ingresos reales de los individuos en tanto los ciclos productivos se propagan a la demanda de trabajo y la existencia de inflación elevada conspira contra la estabilidad de los ingresos reales. Pero ciertas características de algunos mercados laborales, en particular, la elevada presencia de trabajadores informales y/o trabajando en el sector informal, amplifican los efectos del ciclo e introducen nuevas fuentes de variabilidad. A mayor proporción de puestos de trabajo menos estables –entre los que se encuentran los informales– , más intensos serán los cambios en la ocupación derivados de una dada alteración del nivel de actividad. Pero aún en el contexto de una economía estable, la rotación laboral está relacionada con el grado de flexibilidad del despido. Asimismo, los establecimientos informales (pequeños negocios, actividades de trabajadores por cuenta propia) enfrentan mayores vaivenes en su volumen de actividad y exhiben normalmente tasas elevadas de mortandad, lo cual es otra fuente de inestabilidad laboral y, consecuentemente, de ingresos.
Por lo tanto, y más allá de la falta de evidencia empírica suficiente al respecto, especialmente comparable con la de otros países, no resulta arriesgado plantear que la inestabilidad de ingresos resulta un rasgo tradicional de la realidad económica y social de Argentina. Precisamente el país se ha caracterizado por estar sujeto a frecuentes, y en muchos casos, intensos ciclos reales y ha experimentado largos períodos con elevadas tasas de inflación. Adicionalmente, la presencia de la informalidad laboral ha abarcado tradicionalmente a amplias proporciones del empleo.
El examen empírico de la existencia e intensidad de la inseguridad de ingresos, incluso de la inestabilidad de los ingresos, se ve en muchos casos limitado por la falta de datos longitudinales necesarios para su estudio, esto es, de información que permite seguir el derrotero de los ingresos, y otras variables asociadas, de una misma persona u hogar a través del tiempo. Argentina cuenta con algunos antecedentes de medición de la inestabilidad de ingresos y también de la ocupacional que recurren a la posibilidad de generar información de cambios de ingresos (y otras variables) explotando las posibilidades del panel rotativo de la muestra de la encuesta de hogares. El mismo permite contar con datos de los integrantes de un mismo hogar durante cuatro observaciones sucesivas, las que se extienden a lo largo de 18 meses. Se trata, por tanto, de una ventana de observación reducida, que permiten una aproximación razonable a la evaluación de las fluctuaciones de corto plazo pero que no constituye la fuente ideal para este tipo de análisis.
Un primer antecedente respecto a la medición de la inestabilidad de ingresos es el realizado para un período que abarcó los últimos años de la década del ochenta y toda la siguiente. Sus resultados mostraron que el grado de fluctuaciones de los ingresos se redujo, junto con la inflación, entre el período de alto crecimiento de precios (aproximadamente, 1987-1991) y los cuatro años siguientes. Sin embargo, hacia final de los años analizados (1998-2001) se verificó un crecimiento que estuvo en consonancia con el desmejoramiento de la evolución económica agregada, el aumento del desempleo y el crecimiento de la informalidad laboral, contexto que elevó la movilidad ocupacional. Otra evidencia que surgió de esa investigación fue la marcada diferencia existente en la intensidad de la inestabilidad de ingresos entre hogares de diferente estrato socioeconómico. Se advertía que aquellos hogares con jefes cuyo nivel de escolarización (variable con la que se aproximó la delimitación de eso estratos) era de terciario completo mostraban un indicador de variabilidad (el coeficiente de variación de los ingresos a lo largo de las cuatro observaciones) 50% menor que el correspondiente a hogares con jefes que, como máximo, tenían el secundario incompleto. Alguna evidencia para los 2000s que recurre a la misma metodología encuentra un grado de variabilidad de los ingresos algo mayor.
Como se señaló más arriba, la inseguridad económica se encuentra asociada, entre otros fenómenos, a episodios de disminución de ingresos. En particular, cuando la reducción del flujo de aquellos (como los provenientes del mercado de trabajo) tienen un impacto importante en el volumen de recursos disponibles por el hogar ante la falta de suficientes ahorros acumulados o la ausencia de otros flujos de ingresos que compensen esa caída. Precisamente, la mayor variabilidad de los ingresos reales durante los 2000s a la que se hizo referencia más arriba podría ser de una naturaleza distinta a la de la década anterior ya que el comportamiento del empleo y los ingresos a partir de 2003 debieron haber generado un aumento de trayectorias de crecimiento de los ingresos. Los resultados preliminares de una investigación en marcha que estudia el período 2003-2012 apuntan en este sentido. La misma utiliza un enfoque diferente al de los trabajos recién mencionados en tanto evalúa los cambios experimentados por los ingresos reales de los hogares entre dos momentos del tiempo separados por doce meses. Se encuentra precisamente que la mayor parte de los cambios implicaron una mejora: del conjunto de las comparaciones realizadas, 56% corresponde a un aumento del ingreso en términos reales. Sin embargo, también se deduce de estos resultados que 44% exhibieron un cambio negativo. Esta situación no se altera si se define más estrictamente a un cambio de ingresos de manera de excluir aquellas modificaciones, de uno u otro signo, que aparezcan como poco significativas. En este sentido se utilizó también un umbral del 10% para identificar cuando “cambia” el ingreso; en este caso, las proporciones fueron de 45% y 33% respectivamente. Esto significa que un tercio de las comparaciones implicaron pérdida de sus ingresos reales de más del 10%.
Estas evidencias parciales y preliminares no sólo sugieren la relevancia de la inestabilidad de ingresos aún en períodos de crecimiento económico sino que la misma deriva en un contexto de inseguridad económica para conjuntos no menores de hogares. Se trata de aquellos que muestran los mayores niveles de fluctuaciones de sus ingresos asociados a episodios de disminución de los mismos, fluctuaciones que se originan primordialmente en la inestabilidad ocupacional de sus miembros. Esta última es, a su vez, más intensa entre los trabajadores informales por lo que sus hogares tienden a estar menos cubiertos por mecanismos compensadores (indemnizaciones por despido, seguros de desempleo) que se estructuran bajo la lógica contributiva.
Este panorama abona a la conveniencia de mejorar los mecanismos contributivos que atiendan los episodios de disminución de ingresos (en Argentina, por ejemplo, hacer más relevante al seguro de desempleo), pero también otros de carácter no contributivo que permitan atender la situación de aquellos que no trabajan en puestos formales. Escasos, y de reducido alcance, son los programas que brindan ingresos a quienes perdieron un empleo informal –y no son por tanto elegibles para el seguro de desempleo y la indemnización por despido– sea a través de esquemas de empleo público o a partir de la incorporación de aquellos en actividades de capacitación, por ejemplo. No se trata solamente de acciones tendientes a morigerar los efectos de episodios cíclicos que pueda enfrentar la economía, sino mecanismos permanentes que reconozcan también la necesidad de moderar la inestabilidad asociada a los rasgos de los mercados de trabajos con elevada presencia de ocupaciones inestables. Programas como los de transferencias condicionadas juegan un papel en morigerar la inseguridad de ingresos pero los montos involucrados no evitan que los hogares experimenten marcadas oscilaciones de sus recursos corrientes.
*Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía por la Universidad de Cambridge (Inglaterra). Fue Director del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina y, entre 2008 y 2013, Director de Estadística y Proyecciones Económicas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Se desempeña como investigador y docente del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento; como docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires; y como consultor de organismos nacionales e internacionales.