Por Andrés López*
Como es conocido, los servicios, y en particular los llamados “servicios basados en conocimiento” (SBC)[1], son cada vez más relevantes en la economía global. Esto se refleja en la tendencia al aumento de su peso en el empleo y el PBI, así como también en las exportaciones, tanto en el mundo desarrollado como en la mayor parte de los países en desarrollo. Así, no sorprende que estas actividades hayan concitado la atención de académicos y policy makers en años recientes.
La Argentina no ha escapado a esta tendencia y de hecho los SBC se han convertido en una fuente importante de divisas gracias al extraordinario crecimiento de sus exportaciones a partir del nuevo milenio. En efecto, de acuerdo con los datos del INDEC, las exportaciones de SBC crecieron casi un 1200% acumulado entre 2000 y 2016, contra un 160% para el total de servicios y 120% en el caso de los bienes[2]. Este desempeño motivó, por ejemplo, la creación de una Subsecretaria de Servicios Tecnológicos y Productivos dentro del Ministerio de Producción (aunque la misma, de acuerdo con la información disponible, fue recientemente disuelta, en el marco del anunciado recorte de cargos en la administración nacional). Paralelamente, en años recientes el fenómeno comenzó a hacerse notorio a nivel de los medios con la emergencia de los “unicornios” argentinos Globant, Despegar, OLX y Mercado Libre, todos ellos pertenecientes al sector de SBC.
En este escenario, parece ganar consenso en diversos círculos la idea de que los servicios, junto con los recursos naturales y algunas otras actividades como turismo o energías renovables, son el futuro de la Argentina en materia productiva, exportadora y de empleo. Esto va de la mano, explícita o implícitamente, del argumento de que el país tiene escasas posibilidades de competir en la manufactura (e incluso, en ocasiones, de que la propia manufactura está en declinación a nivel global). En este contexto, me parece que es útil poner en perspectiva el mencionado proceso de expansión de los servicios e identificar sus determinantes, a fin de entender mejor tanto su nuevo rol en la economía como las implicancias de ese proceso para el diseño de políticas públicas.
¿Cuáles son los factores que están detrás del creciente peso de los servicios en la economía contemporánea?: i) las corporaciones se focalizan cada vez más en sus core business, tercerizando actividades previamente realizadas in house; ii) al presente una parte sustancial del valor agregado de un producto industrial, agroindustrial o primario es generado por tareas de servicios (I+D, diseño, software, logística, branding, marketing, etc.) –la “servificación” de la economía–; iii) las empresas enfrentan cada vez con más frecuencia requerimientos en materia de calidad, trazabilidad, sanidad, medio ambiente, relaciones laborales, etc.; en consecuencia deben adoptar sistemas que garanticen y acrediten el cumplimiento de los mismos, los cuales son certificados por firmas del sector servicios; iv) pari passu el crecimiento de la población y la elevación de sus niveles de ingreso y de la esperanza de vida, se incrementan las demandas por salud y educación y por nuevos servicios vinculados al entretenimiento y la cultura; v) el explosivo desarrollo de los medios audiovisuales y las redes de comunicación ha llevado a la emergencia de nuevos patrones de consumo e interacción social mediados por TICs y fuertemente intensivos en servicios; vi) hay un proceso de “desmaterialización” que hace que objetos que antes eran elaborados en establecimientos industriales (e.g. un libro) ahora se conviertan en intangibles que no requieren producción física; y vii) el propio despliegue de las cadenas globales de valor requiere contar con servicios de finanzas, transporte, logística y comunicaciones altamente eficientes.
Del listado anterior podemos sacar una conclusión: la expansión de los servicios reconoce determinantes “autónomos”, pero también es parte de transformaciones ocurridas en otros sectores productivos. Las cifras de comercio nos ayudan a ilustrar este argumento (los datos que siguen están extraídos de un reciente trabajo del Banco Mundial). Al presente, los servicios representan aproximadamente el 23% de las exportaciones mundiales medidas en valores brutos, una cifra que apenas ha cambiado en los últimos 40 años. Sin embargo, si tomamos la medición en términos de valor agregado (esto es, excluyendo el doble conteo de bienes y servicios intermedios que cruzan la frontera una o más veces), el peso de los servicios en el total de exportaciones mundiales pasó de menos del 30 a más del 40% entre los años ‘80s y fines de la década pasada. La explicación de esta divergencia radica, en gran medida, en el creciente peso de los servicios en las exportaciones de bienes. Por ejemplo, en 2011 casi el 40% del valor agregado contenido en las exportaciones globales de vehículos de transporte o químicos provenía de sectores de servicios[3] y en promedio ese porcentaje giraba en torno al 35% para el conjunto del sector industrial (contra poco más que 30% en 1995, de acuerdo a datos de la base TIVA citada en la última nota al pie).
Estas tendencias van de la mano de otro fenómeno clave en la economía global de nuestros días: los servicios, y los SBC en especial, juegan un rol central para mejorar la competitividad de otras actividades y son motores del crecimiento y del aumento de la productividad a través de encadenamientos intersectoriales y de la generación y difusión de conocimiento, incluso en países emergentes. A su vez, los vínculos previos con actividades domésticas incrementan la posibilidad de exportar SBC. En este sentido, el rol de los SBC puede ser especialmente relevante en países como Argentina, que cuentan con mercados internos de suficiente tamaño como para favorecer no sólo los procesos de aprendizaje empresario en los sectores de SBC, sino también la generación de derrames y eslabonamientos hacia el resto de la economía.
De hecho, los SBC ya representan en la Argentina un porcentaje similar del total del empleo y del valor agregado que en los EEUU o la Unión Europea. En el primer caso, dichos sectores absorben alrededor del 14% del empleo total en dichas regiones, contra 13% en nuestro país. En tanto, los SBC son el 13, 17 y 14% respectivamente del valor agregado de la economía en la UE, los EEUU y Argentina[4] (datos a 2014). A su vez, los SBC son el 8% de las exportaciones globales de bienes y servicios, cifra que se replica puntualmente en el caso argentino (valores de 2016). En otras palabras, el peso de los SBC en la Argentina ya está alineado con el observado en el mundo desarrollado, aunque naturalmente las tareas y actividades realizadas en cada caso pueden ser diferentes.
¿Dónde están los desafíos y oportunidades a futuro en este contexto? Hasta el momento, en la Argentina, así como en la mayoría de los países emergentes, los SBC son vistos fundamentalmente como una nueva fuente de exportaciones. En este sentido, más allá del mencionado buen desempeño del sector en una mirada de largo plazo, una primera nota de preocupación es que desde 2011 para acá se produjo una caída significativa en la participación de la Argentina en el comercio global de SBC (en audiovisuales la baja comenzó en 2008) –ver los gráficos siguientes). Comparando contra el respectivo techo, hacia 2016 la participación argentina había caído de 0,68 a 0,37% en el caso de servicios de computación, de 0,55 a 0,4% en empresariales y de 2,67 a 1,32% en audiovisuales (en este último caso, el share de la Argentina resultaba incluso inferior al del 2006, cuando arrancan estas series). De hecho, en 2012 las exportaciones argentinas de SBC llegaron a casi USD 7000 millones, mientras que en 2016 apenas pasaron los USD 5800 millones. Claramente el candidato principal para explicar estas tendencias negativas es el deterioro del tipo de cambio real, traducido en fuertes aumentos de los salarios locales medidos en dólares constantes –de entre 50 y 75% según la rama de actividad entre 2008 y 2015-. De todos modos, el hecho de que las exportaciones argentinas hayan registrado caídas absolutas moderadas en este escenario habla de la “resiliencia” de las mismas y de un ascenso en la calidad media de los servicios prestados, con mucha menor presencia de call centers y aumento del peso de servicios más estratégicos –y por tanto menos footlose en cuanto a la localización desde donde se prestan- para los clientes externos.
Sin embargo, pese a este cambio de composición, la inserción de las firmas locales y de las filiales extranjeras instaladas en el país avanza poco hacia aquellos eslabones que contienen las tareas más conocimiento intensivas en las distintas cadenas de valor de los SBC. Existen casos de “excelencia” (INVAP exporta ingeniería nuclear, INTEL tiene un laboratorio de seguridad informática en Córdoba, firmas locales de software, audiovisuales o publicidad se han internacionalizado exitosamente gracias a sus capacidades creativas, etc.); el punto es que son casos, y lo que nos debe preocupar desde el punto de vista del policy making es cómo pasar de ellos a un ecosistema en donde sean muchas las empresas que prestan servicios de alta complejidad desde la Argentina. Esto es más relevante aún en un contexto donde recuperar la competitividad vía costos resulta no solo poco deseable, sino también escasamente factible, al menos en el actual contexto.
La segunda cuestión que queremos enfatizar es que las vinculaciones de los proveedores de SBC con el resto de la economía local son limitadas, en particular hacia otras ramas transables. Así, por ejemplo, datos del Observatorio Permanente de la Industria de Software y Servicios Informáticos (OPSSI) muestran que, en el promedio 2014-2015, la industria fue destino de apenas el 7% de las ventas de software y servicios informáticos y el agro y la agroindustria del 1,4% de aquellas (contra participaciones del 6 y 17% respectivamente en el PBI). Asimismo, en el total de exportaciones manufactureras brutas, el valor agregado aportado por el sector software y servicios informáticos era en 2011 de 1,3% en los países de la OECD (94% de ese porcentaje es intra-OECD), contra 0,6% en la Argentina -60% de ese valor agregado es local- (datos base TIVA).
Esto nos lleva, a su vez, a tres temas centrales. En primer lugar, mayores conexiones entre los sectores de SBC y el mundo industrial podrían ayudar a la transformación productiva en este último a través de canales tales como aumentos de productividad, diferenciación de producto, mejoras de calidad, sistemas modernos de gestión ambiental, generación conjunta de innovaciones, etc. A su vez, estas conexiones podrían dar lugar a procesos de aprendizaje que potencien no solo la capacidad competitiva de las industrias vinculadas, sino también la de los propios sectores de SBC (el mercado interno como plataforma de aprendizaje tecnológico y productivo).
En segundo término, más allá de algunos avances en biotecnología agropecuaria o bioinformática, o de ciertas exportaciones de ingeniería asociadas al sector energía, la Argentina todavía está lejos de aprovechar las oportunidades de generar plataformas con proyección internacional de proveedores de servicios conocimiento-intensivos en cadenas basadas en recursos naturales (como sí han hecho naciones tales como Australia, Canadá o Noruega, a las que en nuestra región ahora intenta imitar Chile, por ejemplo) . Esto vale no sólo para el área agrícola-ganadera (pensemos por poner solo un ejemplo en el sistema de trazabilidad del ganado desarrollado en el vecino Uruguay), sino también en las industrias minera y petrolífera (e.g. las oportunidades de innovación “idiosincrática” que emergen de la necesidad de explotar formaciones no convencionales de petróleo y gas). Veamos solo algunos datos en este sentido: en Australia (2011) los servicios proveían el 24% del valor agregado en las exportaciones mineras, mientras que en Argentina esa cifra era del 14%. En tanto, alrededor del 30% del valor agregado de las exportaciones agropecuarias (incluye forestal y pesca) de Canadá o EEUU vienen del sector servicios, contra 20% en Argentina (datos base TIVA).
Finalmente, la falta de vinculación también se repite a nivel regional. Si en parte esto refleja la débil presencia de capacidades en los sectores de SBC en las provincias más pequeñas y/o rezagadas, también debe destacarse que aún en los casos en donde existen polos o clusters de software u otros servicios sofisticados, ellos muestran en general relativamente pocas vinculaciones con las actividades productivas “insignia” de cada región (un caso notorio es el del vino en Mendoza).
En nuestra opinión, una política hacia el sector SBC en la Argentina debe considerar no solo su contribución exportadora directa, sino también su capacidad de elevar la competitividad del conjunto del aparato productivo a través de mayores encadenamientos con otras ramas transables. A su vez, las vinculaciones que se establezcan ayudarán a generar algunos nichos de especialización en ciertos mercados de SBC, que a su vez potencien las exportaciones directas de este tipo de servicios. Los instrumentos que puedan acercarnos a dicho objetivo deberían, entonces, ser una pieza central del tablero de políticas de desarrollo productivo en nuestro país. Para diseñarlos de manera apropiada, se requiere conocer más sobre las causas del actual estado de cosas: por ejemplo, las débiles vinculaciones son resultado de la existencia de asimetrías de información, fallas de coordinación, insuficientes incentivos por parte de los usuarios… solo por listar algunos factores candidatos a explicar el problema.
Volviendo a la motivación de la nota, ¿el futuro de la Argentina pasa por los servicios? Responder a esta pregunta, en rigor, implica analizar otras dimensiones clave aquí ausentes, notoriamente la del empleo (con el interrogante derivado de las potenciales amenazas que emergen en esa materia a partir de la acelerada automatización de tareas). Desde el punto de vista limitado en el que se basa esta nota, la respuesta sería que, en el fondo, la pregunta está mal planteada: en un mundo de cadenas de valor y profundas transformaciones tecno-productivas, las viejas clasificaciones sectoriales son cada vez menos útiles. La variable relevante para examinar los patrones de especialización son las tareas y no los sectores y lo que necesitamos entender es el rol de esas tareas en las respectivas cadenas de valor y el tipo de encadenamientos y derrames que surgen de ellas. En otras palabras, se requiere una visión sistémica, que aborde la realidad productiva como un complejo tejido de interdependencias y no a partir de actividades aisladas.
[1] El grupo de SBC “de mercado” incluye servicios empresariales y profesionales (e.g. contables, legales, de gestión y asesoramiento), arquitectura, telecomunicaciones, ingeniería, audiovisuales, software y servicios informáticos, publicidad, investigación y desarrollo (I+D) y algunas actividades financieras, de transporte y culturales. Asimismo, educación y salud son considerados SBC, aunque fuera del grupo “de mercado”.
[2] Entre 2005 y 2016 las exportaciones globales de SBC crecieron a un 7,5% anual acumulativo, contra 5,7% para el total de servicios y 4% en bienes (valores nominales con datos de UNCTAD; no hay datos comparativos para años previos por cambios en la metodología de recopilación de datos para las exportaciones de SBC).
[3] Datos para las 58 economías incluidas en la base TiVA (Trade in Value Added) de la OECD-OMC, las que representan alrededor del 95% del PBI mundial.
[4] Estimaciones incluidas en un trabajo que elaboré recientemente para la Secretaría de la Transformación Productiva del Ministerio de Producción, “Los servicios basados en el conocimiento: ¿Una oportunidad para la transformación productiva en Argentina?”.
* Director del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas (Universidad de Buenos Aires). Investigador del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP-BAIRES). Investigador Independiente del CONICET.
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