Por Oscar Cetrángolo*
Ha pasado mucho tiempo desde mi última contribución a éste, nuestro blog, y me pareció oportuno reaparecer con una reflexión general que, espero, pueda ser seguida por notas más específicas. Estamos transitando tiempos extremadamente difíciles y ahora que, finalmente, superamos otro período electoral dominado por eslóganes, agresiones, malabarismos discursivos, debates de equilibristas políticos y otras manifestaciones propias del mundo circense, me incitaron a anotar algunas impresiones personales en ese sentido, tratando de militar en el desánimo constructivo.
Buzones en oferta fin de temporada
Este período ha estado dominado por propuestas simples que, como suele suceder, resultan inútiles nubes de humo frente a los problemas que debe enfrentar la sociedad argentina. Se podría decir que una campaña no es el momento de presentar propuestas completas de reformas. Eso podría ser cierto si cada campaña fuese la etapa final de dos años de debate sustantivo dentro y fuera del Parlamento sobre las reformas necesarias (y, si así fuera, seguramente los eslóganes de campaña serían mucho más profundos). Claramente ése no es el caso. Lo que se percibe no es ausencia de propuestas sino abundancia de propuestas sin fundamento.
Frente a la complejidad de los temas que se deben resolver para revertir nuestra decadencia, la mediocridad y oportunismo de nuestra clase dirigente nos condena a debatir lo obvio (ser transparentes, honestos, …), a preocuparse por la gestión de las políticas sin evaluar cuál es la política que se debe gestionar o presentar eslóganes ajenos a todo conflicto. Temas sobre los que no cabe debate alguno y sobre los que solo se trata de la difícil tarea de confiar. Sin capacidad para ofrecer ideas sobre políticas necesarias, la mayor parte de los candidatos se han sentido más cómodos presentándose a partir de una popularidad conseguida por razones que poco tienen que ver con la idoneidad que se requiere para los cargos a los que se postulaban.
Sin duda, la pandemia ha sido de gran ayuda para todos aquellos que decidieron ocultar su ausencia de ideas y simular que tenían una clara percepción de los problemas y sus soluciones. La Argentina necesita encontrar, de manera urgente, las políticas para combatir la pobreza; bajar la inflación; volver a crecer; generar empleo; intervenciones públicas en salud que reduzcan la fragmentación de derechos evitando que la cobertura asegurada por el Estado favorezca a los sectores de mayores ingresos en lugar de a los que tienen más necesidad de atención; construir un sistema educativo que reduzca la desigualdad de oportunidades, fortaleciendo las instituciones y el crecimiento económico; una previsión social sostenible en el tiempo, integrada a un sistema de protección social que garantice niveles de ingreso adecuado a toda la población; un sistema tributario moderno que asegure la solvencia del estado, mejore la equidad distributiva y no afecte el crecimiento económico; inversión pública que contribuya a mejorar la competitividad y la provisión de bienes públicos…, y la lista puede seguir sumando complejos desafíos desatendidos en el debate.[1]
En cambio, asistimos a debates pretendidamente profundos sobre la política de salud consistente en vacunar, la política educativa basada en tener las escuelas abiertas, criticar el endeudamiento sin cuestionar el déficit fiscal, programas de emergencia por única vez como política social, mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias como reforma tributaria, la movilidad previsional como reforma estructural y otras similares que, sumadas a otras propuestas superficiales y efectistas (cerrar el Banco Central como política antiinflacionaria, bajar impuestos para crecer y generar empleos), trataron hasta el hartazgo de llamar nuestra atención. Son apenas plantines que están lejos de ocultar la selva que debemos cruzar.
¿Dónde están las prioridades?
Como algo diferente (y atractivo para algunos crédulos) van emergiendo debates sobre el método a ser utilizado para definir las ideas, pero no sobre las ideas en sí. Así, algunos comienzan a argumentar sobre la necesidad de tener planes de gobierno, otros (o los mismos) aseguran que lo esencial es lograr consensos, pero ninguno logra definir los contenidos de esos planes y de las políticas a ser objeto de consenso.
Otros discuten con fervor si deben encararse reformas gradualistas o de shock, sin anotar que eso dependerá de qué cosas se persigan con cada política de reforma, con qué recursos se cuenten (no solo financieros, básicamente humanos, en un sector público donde la construcción de un servicio civil idóneo y estable no ha sido una prioridad de los últimos gobiernos), qué sectores puedan apoyar u oponerse en cada caso y, muy importante en las actuales circunstancias, cuál será el punto de partida para la política de reforma planteada, entre muchos otros condicionantes.
Frente a ciertas situaciones y bajo condiciones especiales puede ser necesario encarar programas de estabilización de shock. En esos casos, será difícil la construcción previa de consensos. Pero, cuando se trata de cambios estructurales a políticas públicas que deben gozar de cierto consenso para persistir en el tiempo, el gradualismo bien entendido debe ser la modalidad de reformas que nos permite corregir el camino (sin apartarnos de la meta) y poder construir los consensos necesarios para evitar los péndulos que nos hacen ineficientes y nos llevan a perder el tiempo. Solo cuando se elude el consenso (por necesidad o por elección) se adopta una política de shock que, por lo general, conlleva importantes y a menudo desestimados daños colaterales.
Solo una clara percepción sobre los ideales perseguidos por cada reforma puede encaminar la definición de estrategias de mediano plazo y el sendero de políticas que nos acerca a la meta buscada. Ese sendero podrá estar formado por cambios más pequeños y otros más significativos. Aquí estamos acostumbrados a incorporar parches en las políticas en lugar de reformas meditadas y consensuadas. Frente a situaciones imprevistas puede ser conveniente introducir algunos cambios parciales que no nos debieran alejar del camino de deseado. Lamentablemente, los parches que suelen aplicarse en nuestras políticas públicas frecuentemente reemplazan las reformas necesarias y nos alejan de nuestra meta.
También es necesario evitar el diálogo interesado y la búsqueda de consensos como intercambio de favores. Se trata de mejorar las políticas reconociendo la diversidad de visiones. Y, claramente, los partidos políticos han sido históricamente los lugares de definición de convicciones a partir de las cuales negociar con otras visiones. El vaciamiento de ideas de los partidos políticos, el oportunismo de muchos de sus dirigentes y la inmediatez y superficialidad de un debate dominado por redes sociales con limitación de caracteres y programas de televisión con limites de tiempo hace triunfar a los hacedores de metáforas, los más simpáticos, los más conocidos, los más arrogantes… (o los más payasos).
La decadencia de la sociedad argentina y las dificultades que ha evidenciado durante el último medio siglo para definir un nuevo patrón de desarrollo han permitido la consolidación de sectores que, en su resistencia a abandonar posiciones de privilegio propias del pasado, resisten y alcanzan a bloquear las políticas necesarias para la consolidación de un nuevo rumbo. Se hace difícil, bajo esas condiciones, retomar un sendero de crecimiento y generación de empleo decente (y también del otro) y revertir los inaceptables niveles de privaciones de amplios sectores de la sociedad a pesar de los elevados niveles de carga tributaria y gasto público.
Resulta imprescindible una significativa redefinición de prioridades en los presupuestos públicos, que encuentra límites difíciles de sortear en los “derechos adquiridos” reales o pretendidos por los diferentes sectores que se encuentran en situación más ventajosa. Una larga historia de reformas fallidas, parches inconsistentes y ventajas otorgadas sin fundamentos a sectores con mayor poder de lobby han definido un presupuesto público muy alejado de las prioridades requeridas para un momento como el actual. En muchos casos, la búsqueda de excepciones fue la respuesta a la necesidad de defenderse de las pérdidas por inflación. Se puede discutir si la inflación es consecuencia de la puja distributiva y en qué medida, pero es indiscutible que la inflación es causa de la puja distributiva y la conflictividad en una sociedad que debe renegociar mes a mes sus contratos nominales, con la ausencia de certeza de lo que significará cada renegociación sobre los ingresos reales futuros.
¿Qué tren hay que tomar?
Puestos a indagar sobre las causas de nuestra decadencia no podemos limitarnos a los aspectos económicos e institucionales. Sin duda, la sociedad argentina sufre desde hace tiempo de una importante decadencia intelectual. Ya no contamos con las vanguardias en el pensamiento, las artes o la ciencia, por ejemplo, que supimos disfrutar hace décadas. Y, lamentablemente, esa caída no nos ha presionado a buscar ejemplos en otras sociedades. Descreemos de lo que se logra en otros países que, desde puntos de partidas mucho menos ventajosos, han logrado superar muchas de las dificultades que nos abruman. Pareciera que los dudosos beneficios que para algunos devienen del eslogan “vivir con lo nuestro” en economía se han trasladado también al campo de las ideas y, muchas veces, las ideas no se discuten por sus propios argumentos sino por quienes las presentan. Ante la ausencia de argumentos se opta por descalificar al otro por algún atributo que nada tiene que ver con lo que se dice. Parece difícil abandonar el culto a la ignorancia que nos lleva a soluciones fáciles y falsas.
En el extremo de ese facilismo maniqueo, algunos creen que toda la culpa es de los economistas y otros, de los políticos que no comprenden a los economistas. No creo que sea una posición corporativa la que sostenemos si decimos que el problema es algo más complejo que los dictados de una disciplina (como culpar a los médicos de las enfermedades o a los abogados de los crímenes…). Más nefasta me parece la otra posición, que cree que un ministro de economía puede ser el dueño de la única verdad y que no forma parte de un gabinete político donde se decide el mejor balance de políticas para atender los múltiples conflictos que se le presentan a un gobierno. Si nuestros gobiernos han sido de mala calidad no es porque no escucharon a sus economistas sino, básicamente, porque los diferentes miembros de ese gobierno (entre los que se encuentran economistas) no logran resolver los múltiples problemas que enfrenta la política en cada momento.
Es en ese mundo en blanco y negro, sin claroscuros, que predominan las propuestas tan simples como inútiles al momento de encontrar soluciones a problemas complejos (pero aparentemente muy útiles para conseguir votos). Peor aún, ante la debilidad y desorientación de los partidos políticos surgen y se desarrollan instancias que se promueven como portadoras de soluciones universales. Nada más alejado de las necesidades de la sociedad argentina que el fortalecimiento de nuevos “dueños de la verdad”. Es así que resulta cada vez más difícil debatir las alternativas de políticas más sofisticadas que puedan revertir nuestra decadencia y definir una indispensable “retórica de la esperanza”, como lo señalara Alejandro Katz en un reciente artículo. Como la hormiga de Pappo, estamos a la deriva por el andén[2], sin saber cuándo pasará el tren.
* Profesor Titular e Investigador del IIEP (UBA – CONICET).
[1] En diversas notas de Alquimias Económicas han sido abordadas de manera específica muchas de esas temáticas, lo que intentaremos seguir haciendo. Quienes estén interesados pueden consultarlas allí y profundizar a partir de las referencias recomendadas en cada una de ellas.
[2] Además del tema referido de Pappo (“Descortés”), podrían integrar la playlist de esta nota “Black Tears” (por Imelda May), “La Balsa” (Los Gatos), “Desorientado” (Miguel Caló), “Congratulations” (Traveling Wilburys), “Crossroads” (Cream), “No Expectations” (Johny Cash), “Trouble in mind” (Red Garland), “O patria mia” (en “Aida” de Verdi). Desde una posición más optimista, Andrés López agregaría “Yo tengo fe (que todo cambiará)” (Palito Ortega) y la ”Oda a la Alegría” de la Sinfonía 9 de Beethoven.
Excelente síntesis de la realidad como la percibimos, y del esfuerzo que otros están haciendo para estructurar un consenso indefinido, a ser montada sobre una estructura administrativa destruida y sobre partidos (coaliciones) con propuestas «parcheras» y sin equipos serios.
Me gustaMe gusta
Gracias Pedro
Me gustaMe gusta
No sirve de nada/clavarse el puñal/llorando la carta/ del tango fatal (Gente del futuro/1981)
Me gustaMe gusta