Por Andrés López*
Prohibición vs legalización: ¿Qué pasaría con los precios y la demanda?
Contrariamente a lo que podría esperarse, no hay muchos estudios (o yo no los he encontrado al menos) que intenten estimar la magnitud esperable de la baja del precio de las drogas en un escenario de legalización, algo previsible considerando las dificultades para conocer los actuales niveles de precios, producción y demanda en los distintos mercados (tanto por el hecho de que se trata de transacciones ilegales donde no hay reportes completamente fiables sobre ninguna de esas variables, como porque resulta difícil hacer comparaciones que tengan en cuenta las grandes diferencias en la calidad de las drogas vendidas en diversos contextos). A esto se suma que las posibles formas de legalización son variadas, y que cada una tendría diferentes impactos sobre la morfología del mercado en sus distintas etapas, además de que, naturalmente, los gobiernos, al igual que hacen con otros bienes hoy legales como el alcohol o los cigarrillos, podrían aplicar impuestos especiales a las drogas, tanto para desalentar el consumo como para, dependiendo de las elasticidades respectivas, aumentar la recaudación.
Jeffrey Miron, un experto en el tema de la Universidad de Harvard, ha intentado hacer un ejercicio con supuestos más o menos heroicos para lidiar con todos estos problemas, a resultas del cual publicó en 2003 un paper para el National Bureau of Economic Research en donde presentaba estimaciones que reportaban caídas de precios en rangos sustancialmente menores a los calculados por trabajos previos. En efecto, Miron sugería que el precio del mercado negro de la cocaína era 2-4 veces mayor que el que regiría en un mercado libre, mientras que para la heroína el ratio era bastante mayor (de 6 a 19 veces). En tanto, las estimaciones anteriores daban relaciones mucho más altas (de 10 a 40 veces para la cocaína y de más de 100 veces para la heroína).
¿Dónde están las diferencias entre ambos cálculos? Según Miron, fundamentalmente en que los trabajos previos no tomaban en cuenta que en un escenario de legalización los productores y distribuidores de drogas deberían afrontar costos regulatorios que hoy normalmente evaden, incluidos los laborales, ambientales, sanitarios, etc., además de las cargas impositivas estándar de cualquier actividad legal, los costos de publicidad, etc. Estas cargas, según el autor, pueden llevar a que los precios de venta de un determinado bien o servicio dupliquen los costos de producción.
Pero hay una segunda cuestión que Miron advierte. Porque, ¿Cuál es el ratio precio minorista/precio al productor en la cadena del café, por ejemplo? ¿El precio minorista es el que paga el que compra un kilo de café en el supermercado, o el que paga el que toma un espresso en Starbucks? Trasladado a nuestro caso, ¿el precio minorista de la marihuana es el que se paga en una esquina oscura a la medianoche en una callejuela de Amsterdam, o el que se paga en un coffee shop lleno de turistas ávidos de probar qué se siente fumar un porro elegido entre un menú de opciones de cannabis gourmet a las 5 de la tarde en el Distrito Rojo de la misma ciudad? Para dar una idea del tema, digamos que según la base de datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, un gramo de marihuana se vendía en Holanda en 2013, promedio, a 10 dólares (7,5 euros a la paridad de aquel momento aproximadamente). Pero en un coffee shop del centro de Amsterdam te venden 2 gramos (se supone que de calidad media) a 25 euros, precio que puede bajar a 7-8 euros fuera de esa zona.
Yendo a los bienes legales, según los datos de Miron, si uno mide la relación de precios entre el café tostado vendido en los Estados Unidos y el grano de café sin procesar (precio del productor), el ratio es de 7-8 a uno. Si se lo compara contra una taza de café común, ese ratio sube a 29-34 veces. Pero si el contraste es contra un espresso (o una bebida basada en café espresso), la relación de precios puede subir hasta 126-148 veces. Lo mismo ocurre con el té; las relaciones contra el precio recibido por los productores son de 8 a 1 para una caja de sobres de té comunes, 34 a 1 para tés “especiales” y 233 para el té servido en un bar. La pregunta entonces es cómo se venderían la cocaína, la marihuana o la heroína en un escenario de legalización. Si nos imaginamos a la gente comprando cocaína en el supermercado, el precio actual sería muy superior a su precio legal. Pero si pensamos en el modelo “Starbucks”, de acuerdo a los cálculos de Miron, la diferencia sería apenas de 2 a 1 (para la heroína la brecha es de 6 a 1).
El autor hace otro ejercicio para analizar la misma cuestión, usando los precios de la cocaína y la heroína en los mercados legalizados que existen actualmente en los EEUU (donde esas drogas son usadas con fines médicos y experimentales). De aquí sale el límite superior de la brecha mencionado más arriba, 4 a 1 para la cocaína y 19 a 1 para la heroína.
Ahora bien, ¿qué impactos tendrían estas caídas de precios en la demanda? Dado que aún con las estimaciones de Miron, en el escenario de legalización los precios serían sustancialmente menores a los hoy vigentes, podríamos temer que se desate una “epidemia” de consumo de drogas. Este es el tema que abordan Loayza y Sugawara en un paper en donde aprovechan la información sobre precios y consumo de cocaína en distintos lugares del mundo. Los autores señalan que si bien sabemos que la demanda de drogas es bastante inelástica (las estimaciones disponibles van desde 0,5 a 0,7% de aumento en el consumo frente a un 1% de caída en el precio de la cocaína por ejemplo), los cálculos conocidos permiten conocer el impacto de variaciones relativamente pequeñas de precios sobre los consumidores existentes (pero no las consecuencias de grandes bajas de precios sobre el uso de drogas en el total de la población). En contraste, el método de Loayza y Sugawara apunta a conocer el cambio en la prevalencia del consumo, empleando elasticidades arco, que permiten analizar el resultado de variaciones de precios más o menos grandes. Sus resultados indican que si el precio de la cocaína cayera un 80% (aproximadamente el tope estimado por Miron en el paper antes mencionado), la prevalencia del consumo en los Estados Unidos subiría en un 1,1% de la población (las últimas estimaciones indican que un 0,6% de la población consume cocaína en aquel país hoy). Algunas exploraciones alternativas de los mismos autores sugieren que aún con cambios drásticos en los precios (por ejemplo, si los vigentes en Escandinavia bajaran a los de Jamaica o Bolivia, esto es, del tope al piso de la distribución de precios a nivel global), el aumento de la población consumidora sería de aproximadamente 2% del total mundial, contra un nivel estimado de 0,4% de población que consume cocaína en el mundo hoy.
Conclusión: si hubiera legalización el uso de drogas crecería –obviedad-, pero no tendríamos una epidemia de consumo; el porcentaje de población que consume cocaína podría duplicarse o en el peor de los casos quintuplicarse (Jonathan Caulkins, en un trabajo que formó parte del reporte sobre la guerra contra las drogas publicado por la London School of Economics estima que un supuesto razonable es que la prevalencia del uso de cocaína se triplicaría), pero todavía estaríamos muy lejos, por ejemplo, de los niveles de consumo de tabaco (25%) de la población en los Estados Unidos. Nuevamente, esto sin considerar la eventual aplicación de impuestos especiales sobre la producción, venta y/o consumo de drogas consideradas perjudiciales para la salud, que seguramente harían bajar el aumento de la prevalencia del consumo en la población.
Porque de esto se trata al final: los usuarios de cocaína están consumiendo algo perjudicial para su salud, pero hay muchos productos que tienen el mismo efecto y no son prohibidos por la ley. La imposición especial, las restricciones para el consumo y la publicidad, las campañas informativas, etc. son todas herramientas para reducir el uso de sustancias perjudiciales para la salud humana. La prohibición es una medida extrema que se aplica a un número relativamente pequeño de bienes, y que seguramente tiene beneficios, pero también costos (que vamos a analizar en entregas futuras). Y los economistas estamos acostumbrados a comparar costos y beneficios en distintos escenarios, por lo cual un poco de numerología (con todas las tremendas restricciones y problemas que tienen los datos existentes en materia de precios y cantidades en los mercados de las drogas) no viene mal. La numerología precaria nos dice que en el peor de los casos tendríamos al 2,5% de la población consumiendo cocaína si se legalizara su uso. No quiero minimizar ese número, seguramente es tremendamente preocupante desde muchos puntos de vista, pero insisto, es mucho menor que el número de gente que consume tabaco, alcohol, o el que usa armas en los Estados Unidos por ejemplo (lo mismo vale para los que comen comida chatarra), y todos esos productos se compran y venden en mercados perfectamente legales. Entonces, estas reflexiones intentan apenas ayudar a pensar el tema, sin minimizar el problema del consumo de drogas, pero usando algunos comparadores que permiten dimensionar su alcance vis a vis otros mercados en donde se comercian bienes que sería preferible evitar o consumir en cantidades limitadas (por ejemplo, en 2013 datos oficiales para EEUU indicaban que un cuarto de la población se había emborrachado al menos una vez en el mes previo a la realización de la encuesta anual sobre consumo de drogas y otras sustancias dañinas en aquel país).
En cualquier caso, para cualquiera que aborde esta cuestión sin preconceptos, son muchas más las dudas que las certezas al momento del análisis y la evaluación de posibles escenarios. Sin embargo, ya hay algunas experiencia de legalización, cierto que de drogas menos duras, como la marihuana, en unos pocos estados de los EEUU por ejemplo. ¿Qué ha pasado allí? ¿Nos puede servir la información existente sobre esos casos para aprender acerca de los posibles impactos de un eventual fin del actual enfoque prohibicionista? Este, si los astros se alinean correctamente, será el tema de una próxima nota de esta serie.
*Doctor en Economía (Universidad de Buenos Aires). Director del Centro de Investigaciones para la Transformación (CENIT). Director del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas (Universidad de Buenos Aires) y Profesor Titular Regular de dicha casa de estudios en la materia Desarrollo Económico.
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