¿Hay lugar para el gatopardo?

nota cetrangolo

Por Oscar Cetrángolo*

A partir de la notable novela de Lampedusa[1] y su maravillosa adaptación al cine que hizo Luchino Visconti[2], el término “gatopardismo” quedó asociado a la idea de evitar cambios profundos mediante aggiornamientos que no dañen lo esencial de la situación presente. En el film de Visconti, el diálogo entre Don Fabrizio, Príncipe de Salina (Burt Lancaster) y su sobrino Tancredi (Alain Delon) sobre el futuro de la estructura feudal después de Garibaldi resulta revelador. Alli Tancredi le dice a su tio:

Créeme tío. Si nosotros no estamos con ellos, esos te cuelgan una república de verdad. Si queremos que todo quede como está, es preciso que todo cambie.”

Hoy, el debate de política económica en Argentina enfrenta (aunque no siempre se encuentren en bandos enfrentados) a los que piensan (o dicen) que sólo se requieren cambios menores para consolidar “el modelo” (y todo quede como está) y los que entienden que el modelo está agotado (porque las cosas no pueden quedar como están).

Mirando con cuidado el funcionamiento de la economía argentina desde que las circunstancias externas dejaron de ser tan favorables como en los primeros años después de la crisis del 2001, se puede apreciar un estancamiento de la economía, pérdida del superávit externo, fuerte déficit fiscal, tasas de inflación excepcionalmente elevadas para los tiempos que corren, y problemas que no se pueden medir por falta de estadísticas confiables.

Como señaló aquí Martin Rapetti, el próximo presidente enfrentaría “un cuadro recesivo (la actividad virtualmente estancada desde fines de 2011), inflación en el rango del 25-35% anual  (…), precios relativos desalineados (tipo de cambio real atrasado y tarifas de transporte y energía espectacularmente bajas), múltiples tipos de cambios flotantes producto del “cepo cambiario” y default selectivo de la deuda pública externa”.

El gráfico siguiente muestra la desaparición de una de las mayores razones de orgullo del funcionamiento de la economía hasta el 2008: los superávits gemelos. Para el año 2015 se estima un déficit fiscal consolidado sólo comparable con el de la hiperinflación de 1989-90 y hay que remontarse a los años del ministro Martínez de Hoz (1976) para encontrar un desequilibrio primario de la magnitud del actual. La consultora ACM, por ejemplo, estima un déficit primario de la Nación cercano a 5,6% del PIB y financiero de 6,6% del PIB. Si consideramos las provincias, esas magnitudes podrían acercarse a los 6.5 y 7.5% del PIB.

Evolución del Resultado Fiscal y la Cuenta Corriente, 1993-2014 (En porcentajes del PIB)

grafico cetrangolo

Fuente: Cetrángolo, O., J. C. Gómez Sabaini, D. Morán, “Argentina: Reformas fiscales, crecimiento e inversión”, Serie Macroeconomía del Desarrollo 165, CEPAL, Santiago de Chile.

No se trata exclusivamente de la necesidad de corregir los desequilibrios macroeconómicos. Del análisis de los diferentes sectores donde interviene el estado surgen demandas de cambios profundos que ilustran el predominio de una visión de corto plazo en las políticas públicas. La preferencia por los “parches” de fácil implementación ha reemplazado la necesaria adopción de soluciones efectivas y sostenibles en materia de intervención pública. Hemos desarrollado este argumento en un libro de reciente publicación. A modo de ejemplo puede mencionarse que la educación pública sigue siendo muy deficiente y lejos de igualar oportunidades a pesar de haberse beneficiado de un importante incremento en su financiamiento; la infraestructura sigue siendo un cuello de botella para el desarrollo productivo de diversos sectores, a pesar de los recursos involucrados; las economías regionales siguen sin encontrar una solución a sus debilidades estructurales; el “descreme de las obras sociales” se ha profundizado durante la última década; a pesar de haberse mejorado la cobertura en el corto plazo, la previsión social sigue sin lograr un diseño estable, sostenible y previsible, y, finalmente pero tal vez lo más importante, el sistema estadístico es inútil para apoyar el diseño de las políticas con información confiable.

Cuesta creer que se requieran en estos sectores ajustes marginales (con perdón de la palabra). Tampoco se puede pensar que esto se debe exclusivamente a las condiciones externas desfavorables, así como no eran producto exclusivo de la buena gestión los logros de los primeros años posteriores a la crisis del 2001.

Por supuesto, hablando de gatopardismo, siempre estará la discusión acerca de qué es lo que se quiere que permanezca. Por ejemplo, hasta hace algunos años, algunos reivindicaban el “modelo” caracterizándolo como un régimen de acumulación de tipo de cambio alto. Para ellos, ese modelo debiera haberse agotado hace tiempo al no controlarse la inflación (a pesar de las falsas ilusiones generadas por el INDEC). No obstante, pareciera que para algunos el “modelo” sería algo diferente y más personal.

No obstante, no es sencillo conocer la política económica que va a poner en práctica el próximo gobierno ya que se perciben temores a perder el apoyo de diferentes sectores si se anticipan las medidas a ser implementadas. Ello nos recuerda una novela que tres décadas antes que “El Gatopardo” de Lampedusa, en 1926, publicó otro escritor italiano, mucho más controvertido: Curzio Malaparte. Se trata de una sátira de la Italia fascista bajo la mirada de un personaje de ideas convenientemente cambiantes y nunca claramente expuestas: “Don Camaleon”[3]. La obra fue publicada en entregas parciales y finalmente censurada en Italia. Como señala Malaparte:

La gran ventaja que tenía Don Camaleón sobre sus adversarios es que, debido a la peculiar constitución de sus patas, no sabía o, mejor dicho, no podía escribir”.

Más allá de esta distinción y revisando los diversos y múltiples desafíos que deberá enfrentar la política económica, parece difícil sostener que este pueda ser un tiempo para gatopardos. Será por eso que muchos han dejado hace tiempo de pensar como el personaje de Lampedusa y prefieren inspirarse en el Don Camaleón de Malaparte o, al menos, en aquel más popular que cantaba Chico Novarro.[4]

[1] Lampedusa, Giuseppe Tomasi di, El Gatopardo, Ed. Argos Vergara, Barcelona, 1980. Publicada originalmente en 1958.

[2] Il Gattopardo, Dir. Luchino Visconti, Italia, 1963.

[3] Malaparte, Curzio, “Don Camaleón”, Tusquets Editores, Barcelona, 2015.

[4] Se trata de un merengue dominicano de Muñeca y Velasco.

2 comentarios sobre “¿Hay lugar para el gatopardo?

  1. no hay lugar para gatopardismo, pero se podría mejorar el análisis comparado, es un lugar común y de mala fe intelectual relacionar ratios ej. déficit fiscal de inter épocas muy distintas, los 80, 90, y la década larga k son incomparables. En particular cuando los autores han sido testigos y actores lúcidos de ésas épocas.

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    1. Perdón por la ignorancia, pero por qué serían incomparables? En todo caso, la década K tuvo el contexto internacional más favorable de los últimos 40 años. En ese sentido si son incomparables, pero no me parece que el comentario anterior quiera ir en esa dirección, o me equivoco?

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