I don’t want to grow up, Chinese style

El fin de la política del hijo único en China y sus razones

Por Ramiro Albrieu*

El pasado jueves 29 de octubre los líderes del Partido Comunista Chino (PCCh) decidieron poner fin a la política de “hijo único”. La nueva política, que revierte en parte los lineamientos seguidos por el PCCh al menos desde principios de los setenta, debe ser entendida en un marco más general de cómo la economía asiática colocó a la transición demográfica como un elemento clave en su estrategia de desarrollo. Desde esta perspectiva, la nueva política representa más un intento de mantener el status quo que de avanzar en una transición hacia una economía madura.

Todo comenzó con la hambruna derivada de El Gran Salto Adelante de 1958-9, que costó entre 30 y 40 millones de vidas y dejó algunas lecciones importantes para el PCCh en términos de estrategia de desarrollo. Las conocidas: que era imposible para un país populoso tener éxito en una estrategia basada en economías de aglomeración sin un plan ordenado de traslado de la fuerza laboral desde el campo hacia la ciudad y que no había que descuidar la productividad agrícola en el proceso de cambio estructural. Pasada la Revolución Cultural y sus efectos, ya entrada la década de 1970, los avances de la Revolución Verde y la planificación de la migración interna a través del sistema de registro ciudadano conocido como Hukou avanzaron sobre estos límites. Menos discutido fue el comienzo de la estrategia del PCCh de basarse en la teoría del ciclo de vida para incrementar de manera “no natural” la participación de la población activa en la población total.

 “¿Cómo hacer para estimular el crecimiento de la población activa y con ello la tasa de ahorro?” se preguntaban en el PCCh a principios de los setenta, y la respuesta llegó desde Estados Unidos. Más precisamente, de una revista publicada en Chicago en 1929 y de un libro publicado en New Jersey en 1954. En el primero, Warren Thompson (1929) explicaba su idea de la “transición demográfica” que todos los países más tarde o mes temprano transitan: una primera etapa donde tanto la tasa de mortalidad como de fertilidad son altas; una segunda donde caen la tasa de mortalidad primero y la tasa de fertilidad con un rezago, y una última donde ambas tasas son similares y bajas. En el segundo, la hipótesis del ciclo de vida  de Modigliani y Brumberg (1954) postulaba que los individuos tienden a ahorrar mientras trabajan para financiar su consumo luego del retiro y el gasto de los niños a su cargo. Si amabas teorías son ciertas, el sesgo en la estructura población hacia las edades activas implica también un aumento en el ahorro nacional y –con él- una aceleración en el ritmo de acumulación de activos. Es en ese período que aparece el dividendo demográfico de Bloom et al. (2003): allí es el momento de ahorrar, pero también incrementar la productividad (a través por ejemplo de la inversión en capital humano) para poder sostener un nivel de consumo per capita más alto en el futuro, cuando la población pasiva domine la escena.

Con estas ideas en mente, el gobierno chino comenzó a aplicar políticas de planificación familiar tan temprano como en 1971. Primero fue la política wan-xi-shao, o, pensado en referencia a los hijos, “más tarde-más espaciados-y menos”, la cual fue bastante exitosa a lo largo de la década, reduciendo prácticamente a la mitad la tasa de fertilidad total (Figura 1) y acercándola a la registrada en otros países que estaban más avanzados en la transición demográfica, como Japón. A partir de 1980 se acentuó esta tendencia con la política del “hijo único” que –con excepciones y mucha heterogeneidad a lo largo de las provincias- castigaba severamente a las parejas que tenían más de un hijo. Con algún relajamiento reciente, esta política continuó hasta estos días.

Figura 1. Tasa de fertilidad (hijos por mujer)

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Fuente: elaboración propia en base a datos de la UN Population Division

¿Cuál es el efecto de esta política? Acelerar la caída en la tasa de fertilidad tiene dos efectos. El primero, al reducirse rápidamente la participación de la población pasiva en la población total (debido a la relativa escasez de niños), se anticipa la etapa del dividendo demográfico. El segundo, al achicarse la ventana en la que la tasa de natalidad aventaja a la tasa de mortalidad, se acelera la transición demográfica. Esto último agregó un desafío adicional para la economía asiática en tanto no sólo envejece, sino que también lo hace más rápido que otros países- quizás más rápido de lo que demanda la evolución de su nivel de ingreso. El cuadro 1 exhibe esta situación: en relación a países similares, China vive una transición demográfica prematura. No casualmente el demógrafo Wu Cangping, reflexionando sobre la política de natalidad de China, popularizó a mediados de los ochenta  la frase “hacerse rico antes de hacerse viejo.” A cambio, la macroeconomía corroboró las teorías mencionadas: la tasa de consumo privado se redujo marcadamente (pasó de 0.65 a 0.53) a lo largo la década de los setenta y China pasó de ser una economía de ingresos bajos a una de ingresos medios-bajos hacia mediados de la década de los ochenta.

Cuadro 1. China y su transición demográfica prematura

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Fuente: elaboración propia en base a Fanelli y Albrieu (2015)

 Una vez que la estructura poblacional entró en la segunda mitad del dividendo demográfico y la tasa de natalidad se estabilizó, aparecieron los dilemas. ¿Cómo hacer para continuar disfrutando del dividendo cuando la transición demográfica deja de dar una mano? Muy esquemáticamente, aquí habían dos opciones.

La primera era apostar al trade off  entre cantidad y calidad en la inversión en capital humano (Becker y Lewis 1973). En las economías que se habían desarrollado, la caída en la fertilidad fue acompañada de una fuerte aumento en el gasto en educación y salud, lo cual aceleró la productividad y permitió luego soportar mayores niveles de consumo en la etapa del envejecimiento (Mason 2013). Ello, a su vez, implicaría aumentar los niveles de consumo: no sólo el gasto público en salud y educación, sino también mejorar las condiciones de los adultos, de manera de permitir las transferencias intrafamiliares que son necesarias para financiar el gasto en los niños, sino también para aumentar el retorno de la inversión en capital humano (Galor 2011 presenta una interesante teoría en esta línea argumentativa).

La segunda era moverse en el sentido opuesto. Esto es, modificar los perfiles de consumo e ingreso por cohorte de manera de lograr un patrón de subconsumo que retrase la llegada de las presiones del envejecimiento. El riesgo de esta estrategia se relaciona con un aumento en el ingreso que no es acompañado por las condiciones (básicamente, la inversión en capital humano) para asegurar la sostenibilidad de ese aumento.

El PCCh eligió la segunda opción, lo cual fue a la vez la contracara del modelo de crecimiento export-led de China en la primera década del siglo XXI. Al riesgo de exagerar, podemos decir que es como si el PCCh haya decidido que a partir de allí toda suba en el ingreso per capita de un trabajador chino no iba a traducirse en un aumento en su bienestar (consumo), ni tampoco en el de los pasivos a su cargo, ni el de ningún otro pasivo. El cambio en los perfiles etarios de consumo e ingreso entre 2003 y 2009 fue dramático, como se puede apreciar en la figura 2. Un simple contraste con otras economías sirve para resaltar el rasgo de subconsumo, que no está presente en las economías maduras. En Alemania, por ejemplo, las cohortes “superavitarias” van desde los 27 hasta los 57 años; en Estados Unidos, de 26 a 59; en China, de los 22 a los 60 años (otros países se lo toman más relajado, como Brasil donde el rango es de los 32 a los 52 años).  De todas maneras la estrategia tuvo un éxito fenomenal en el corto plazo y China pasó del grupo de ingresos medios-bajos al de ingresos medios-altos.

Figura 2. Consumo e ingreso laboral por cohorte, China

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Fuente: elaboración propia en base a Wu et al.(2015)

Y entonces un día la estructura poblacional llegó a la proximidades del punto Lewisiano (Cai 2010), código para “fin de la mano de obra abundante y barata”. En términos del modelo de desarrollo chino, esto quiere decir muchas cosas. Primero, que las presiones de la ciudadanía para corregir el patrón de consumo y colocarlo más en línea con el del ingreso están presentes e irán en aumento. Segundo, que esas presiones amenazan al propio poder del PCCh. Tercero, queda en evidencia que el modelo de crecimiento que sirvió para sacar a China de la pobreza no es el mismo que le permitiría saltar al grupo de los ingresos altos. Cuarto, que no haber apostado al trade off de calidad-cantidad en el capital humano en lo que va de la etapa del dividendo puede haber costado muy caro.

Es en este contexto debe entenderse el fin de la política de hijo único. No se trata de emular a las economías maduras; más bien lo contrario: podría entenderse como un intento de preservar el status quo ampliando la oferta de trabajo en un par de décadas y retrasando las presiones del envejecimiento (aunque para que ello suceda el efecto tiene que ser de magniutd). La razón es más bien política que económica: representa quizás la única forma que tiene el PCCh de asegurarse  el control. En términos económicos, redoblar la apuesta en contra del trade off calidad-cantidad es una apuesta muy riesgosa si se quiere llegar al club de los países de altos ingresos.

* Licenciado en Economía, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. Investigador asociado del Área Economía, Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES). Docente en la Universidad de Buenos Aires en las Areas de Economía y finanzas. Actividades de asesoramiento a diversos organismos internacionales, como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

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