Por Andrés López*
Quien se quedó con mi pedazo de torta?
En la última nota de esta novelita por entregas planteaba la cuestión de cómo se reparte la torta generada por el negocio del narcotráfico. Como seguramente ya se imaginan, se trata de otro caso de intercambio desigual, en donde los pobres se llevan la peor parte.
Empecemos por los datos de la UNODC para el mercado de la cocaína. De acuerdo a este informe, en 2008 el mercado estadounidense de dicha droga se situaba en torno a los USD 35 mil millones. De ese total, alrededor del 2,5% es recibido por quienes realizan el proceso de producción y el otro 97,5% se queda en las distintas etapas del tráfico. Los agricultores andinos (para los que no lo saben, casi toda la coca se cultiva en Bolivia, Colombia y Perú) reciben 1,5% del valor total de la cocaína vendida en EEUU; la mayoría de ellos no sólo cultiva la hoja de coca sino que tienen pequeñas instalaciones donde elaboran la pasta e incluso la base que luego se transforma en clorhidrato de cocaína. Otro 1% va para los que manejan los laboratorios donde se produce la cocaína. Los traficantes colombianos que hacen llegar la droga a México se quedan con un 6% del total generado por la cadena, y otro 7% va para los cárteles mexicanos que se ocupan de que la cocaína ingrese a EEUU (obvio que todos estos porcentajes son aproximaciones gruesas por los motivos que ya discutí en la nota anterior sobre este tema). La mayor parte del dinero queda en los EEUU: 15% es la porción de los distribuidores mayoristas estadounidenses y el resto (70%) es lo que se llevan los intermediarios de medio nivel y los vendedores callejeros de dicho país.
Antes de deducir que los minoristas se quedan con la parte del león, consideremos que en los ´90 se estimaba que había 200 mayoristas contra 6000 distribuidores de medio nivel en los EEUU, más un número incontable de minoristas. O sea que el grueso del ingreso per cápita (o por organización al menos) parece que permanece en manos de los peces gordos. A la vez, el país consumidor se queda con el 85% de los ingresos (aunque los vendedores mayoristas y de medio nivel en EEUU incluyen gran número de grupos extranjeros que pueden seguramente “remitir utilidades” a sus países de origen o a terceros mercados), mientras que el país productor recibe apenas un 8%.
Un panorama similar se ve, de acuerdo al mismo informe, en las ventas de cocaína a Europa. 2% corresponde a la etapa productiva, 25% es comido por el tráfico internacional (el porcentaje es mayor al del caso anterior porque el transporte obviamente es más complejo organizar que el que va de Sudamérica a EEUU), 17% va a los encargados del tráfico interno en Europa y el restante 56% va a las etapas mayoristas y minoristas. Acá hay muchos más actores operando en la etapa comercial, desde los propios colombianos y mexicanos hasta diversas mafias (la Ndrangheta, los rusos), incluyendo en el medio traficantes caribeños, nigerianos y de varios otros lados.
En el caso de la heroína, en tanto, un estudio producido por dos académicos británicos para la Beckley Foundation (una organización de aquel país dedicada a la investigación sobre los efectos de las drogas y las políticas nacionales y globales que las regulan) sugiere que el 73% de los ingresos generados por esa droga –tomando solo las ventas en Gran Bretaña- lo reciben los dealers de ese país, el 16% los traficantes que ingresan la heroína desde Turquía y el 10% los traficantes que la transportan de Afganistán a Turquía, en tanto que los agricultores afganos reciben apenas 0,5% de los ingresos (tomemos nota de que Afganistán produce más del 90% del total mundial de la materia prima para fabricar heroína, la adormidera, una variante de la amapola, de la que luego se extrae opio, insumo para la morfina, de la cual deriva la heroína); no queda claro, a diferencia de los cálculos anteriores, cuánto del dinero que aparece registrado a cuenta de la etapa comercial corresponde a la fase de transformación de la adormidera en heroína (y los pasos intermedios necesarios), pero pareciera que tampoco es muy elevado, porque ya desde Turquía los envíos al Reino Unido se hacen en forma de heroína lista para consumir.
Otra manera de ver este mismo fenómeno se basa en datos aportados por una nota de dos economistas de la Rand Corporation, Beau Kilmer y Peter Reuter, que apareció en Foreign Policy, en la que se señala que un agricultor afgano vende 7 kilos de opio por los que recibe aproximadamente USD 1000, mientras que el kilo de heroína que se produce con esa materia prima vale en las calles de Londres USD 100.000 o más.
Previsiblemente, los márgenes de la etapa comercial son mucho mayores que en el caso de los bienes legales. Un trabajo de Jonathan Caulkins, elaborado para el reciente reporte de la London School of Economics sobre la guerra contra las drogas, hace unos cálculos interesantes en ese sentido. El ratio entre el precio de venta minorista del café en EEUU y el precio de exportación en Colombia es de 635%. Cuál es el número comparable en el caso de la cocaína? Diez veces más (6400%). Para el cannabis marroquí consumido en Holanda el ratio es 1050%, y para la heroína afgana usada en el Reino Unido 3745%. En tanto, el trabajo de la Beckley Foundation antes mencionado reporta datos de estudios previos donde se señala que el ratio entre el precio recibido por el productor por su materia prima y el precio de venta en las calles británicas era de 16800 y 15800% para el caso de la heroína y la cocaína respectivamente; el ratio correspondiente al café es de 400%.
Como se argumenta en un informe de la OEA sobre la economía del narcotráfico, las razones para los mayores márgenes en la etapa comercial en el caso de las drogas obedecen a varios factores, que uno puede imaginar, incluyendo los riesgos legales y físicos de los traficantes, la menor eficiencia en la cadena de comercio y procesamiento al ser una actividad ilegal, cadenas de suministro largas y con muchos intermediarios, la posibilidad de que los cargamentos sean incautados, la necesidad de pagar sobornos (los datos extraídos de los libros contables de los cárteles mexicanos indican que lo que se paga en sobornos es mayor que lo que se gasta en sueldos internos), etc. Pero también por supuesto hay cuestiones de morfología de mercado, ya que en varios puntos de la cadena aparecen monopsonios y monopolios que naturalmente generan rentas extraordinarias para quienes los controlan.
En este punto emergen varios interrogantes. El primero que seguramente viene a la mente de los lectores es cuánto bajaría el precio de las drogas si se legalizara su consumo y/o su producción y venta, dado que la mayor parte de los factores que explican los super-márgenes que se observan en cadenas de valor como las de la cocaína y la heroína desaparecerían en ese escenario. El segundo tiene que ver con los retornos que obtienen los actores del mercado, ya que aún en un contexto de reparto altamente desigual de la torta, los productores de coca colombianos, bolivianos o peruanos igualmente parecen estar más que dispuestos a correr los riesgos de cultivar esa planta pese a que soportan riesgos elevados de diferente tipo ¿Cuánto se gana con este negocio y cómo cambiarían los márgenes en el caso de que se legalizara? Ambas cuestiones espero tratarlas en entregas subsiguientes de esta serie.
Por ahora quiero cerrar con una reflexión, que aparece en varios trabajos sobre el tema: los espectaculares procedimientos de decomiso de drogas cuyos resultados aparecen periódicamente en la prensa parecen ser fuegos artificiales básicamente, ya que las pérdidas que sufren los traficantes, especialmente en las etapas más tempranas de la cadena, no llegan a afectar decisivamente su negocio porque la materia prima es muy barata de reemplazar. En tanto, tratar de capturar la droga en las calles, que es donde tiene su máximo valor, es ineficiente, costoso y llevaría a encarcelar a una cantidad enorme de pequeños traficantes (cuando las cárceles en EEUU por ejemplo no están precisamente vacías). Otro motivo para repensar cómo se está encarando este problema a nivel global …
*Doctor en Economía (Universidad de Buenos Aires). Director del Centro de Investigaciones para la Transformación (CENIT). Director del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas (Universidad de Buenos Aires) y Profesor Titular Regular de dicha casa de estudios en la materia Desarrollo Económico.