Por Oscar Cetrángolo*
Aproveché el fin se semana largo de este falso carnaval sin pomos ni serpentinas para ocuparme de seguir la obra de un par de antiguos estudiantes de economía que han alcanzado éxitos notables trabajando como no economistas. La experiencia fue única y, adicionalmente, me llevó a reflexionar sobre la visión que tiene cada uno de ellos sobre el tiempo. Al tratarse de un tema tan central para los economistas, me pareció oportuno compartirlo en nuestro blog.
Las elecciones entre presente y futuro, disfrutar hoy o trabajar para mejorar el bienestar de nuestros hijos, nietos… son decisiones cotidianas, aunque no siempre nos demos cuenta. En nuestro país, la insoluble discusión sobre los efectos del populismo coloca el tema en el centro de los debates, aunque pocas veces se lo menciona de manera directa. Más allá de sus indudables méritos artísticos, estas posiciones sobre el tiempo se presentan de diferentes maneras en los artistas-economistas que visité este carnaval.
El domingo hicimos una excursión a la ciudad de las diagonales para asistir y disfrutar de la imperdible ceremonia del estudiante de economía más popular del planeta, Mick Jagger (LSE). Junto con un grupo de no economistas notables (encabezados por el inoxidable Keith Richards) ofreció una de sus mejores versiones.
Fue mi primera visita al Estadio Unico de La Plata. Además de llegar empapado (no por el carnaval, precisamente) no pude dejar de sorprenderme por la construcción de un estadio muy moderno en medio de la “nada” (perdón por el porteño comentario, pero…) y sin la necesaria infraestructura de apoyo. Recuerdo que hace años tuve la suerte de coincidir en Viena con un recital similar en su estado olímpico. Allí el transporte era abundante y gratuito por tratarse de un espectáculo público y a la salida del estadio nos estaban esperando filas de buses y tranvías vacios para llevarnos a cada uno de nuestros destinos… Es claro que la planificación de obras en Argentina tiene poco de planificación y está lejos de los estándares europeos, pero tratándose de una obra reciente y habiendo coincidido con un período caracterizado por la mayor disponibilidad de financiamiento para obras, podría esperarse algo más amigable.
Ciertamente, la falta de planificación no parece ser algo de lo que deba quejarse un seguidor de esta banda de rock más preocupada por su eterno presente, sabiendo que el tiempo está de su lado. Tan poco preocupado por el futuro nació este movimiento que uno de los más prematuros y famosos historiadores del rock (Nik Cohn) sugirió, hacia fines de los años sesenta, en uno de los primeros libros sobre el tema, que el mejor destino de los Stones sería morir en un accidente de avión al cumplir 40 años de edad. A pesar de esas especulaciones han tenido un futuro increíblemente exitoso, vivido como una sucesión de presentes que ya duró 50 años. Solo uno (Brian Jones) “siguió” ese consejo y el resto, con más de 70 años cada uno, dejó muy lejos su cumpleaños número 40.
Muy diferente es la visión que recibí al día siguiente, al concurrir a uno de los pocos cines “libres de pochoclo” que quedan en Buenos Aires para ver el excelente documental que sobre la vida de otro economista, el genial fotógrafo brasileño Sebastião Salgado (Universidad de Sao Pablo), filmó el no menos genial Wim Wenders y Juliano Salgado (hijo del fotógrafo). La sal de la tierra muestra la trayectoria de Salgado durante el mismo período en que se desarrolló la trayectoria Stone.
Salgado recorrió con su lente los conflictos e injusticias más desgarradoras que se puedan imaginar, con una belleza que estremece y deja con una sensación de culpa al espectador por estar “disfrutando” de un espectáculo aterrador, digno del demonio con el que habíamos simpatizado la noche anterior. En la selección de sus trabajos, el documental comienza con imágenes espantosamente bellas de buscadores de oro en Sierra Pelada (Brasil), con un estilo Brueghel monocromático y con sabor a barro muestra la desesperación de poblaciones que descendieron hasta lo más bajo de su dignidad, ansiosas por construir un futuro mejor. La película sigue con imágenes aún más desgarradoras de hambrunas y barbarie en Etiopía, Congo y Ruanda; conflictos, matanzas y éxodos en los Balcanes o el Golfo… La cara más espantosa de nuestra sociedad.
Una extraña coincidencia hay entre las dos visiones. Para Salgado, “las personas son la sal de la tierra”. Coincidentemente, uno de los mejores discos de los Stones (Beggars Banquet) se cierra con un tema del mismo nombre (Salt of Earth) donde Jagger y Richards brindan por los más necesitados. En sus palabras:
“Lets drink to the hard working people
Lets think of the lowly of birth
Spare a thought for the rag taggy people
Lets drink to the salt of the earth
Lets drink to think of the two thousand million
Lets think of the humble of birth”
A diferencia de los Stones, Salgado no se limita a brindar por los necesitados. En cambio se muestra mucho más preocupado por el futuro, definiéndose como un fotógrafo social que trata de aportar al cambio en la sociedad. Este documental (poco importa si es documental o de ficción) muestra una clara continuidad con el cine que a lo largo del siglo pasado se ocupó de mostrar injusticias que nuestra sociedad debiera resolver. Allí debemos citar al neorrealismo italiano (La Terra Trema; Ladrones de bicicletas; Rocco y sus hermanos, entre tantas otras), pero también Viñas de Ira, La quimera del oro, Prisioneros de la tierra o Mujeres que trabajan, por citar algunas de las que más me han conmovido. Se trata de películas que con su denuncia intentaron mejorar el futuro.
Como muchos de los intelectuales que han pretendido sociedades más justas, enfrentados con la imposibilidad de mejoras, o el cansancio de la prédica, los últimos años de Salgado los ha dedicado a fomentar y documentar la recuperación de espacios verdes y el cuidado del ambiente. No sea cosa de que las mejoras sociales lleguen cuando no habrá donde vivir ni que respirar… Así, la parte final del documental muestra los últimos años de Salgado, cuando se ocupó de la salvación de bosques y el descubrimiento de territorios vírgenes, ilustrando con sus imágenes una flora y fauna a la vez salvaje y grandiosa. Ese final, además, le permite al espectador conciliar el sueño con imágenes que lo distancian de las más terribles de la primera mitad del film. Téngase en cuenta que la película solo se puede ver en la función de las 11 de la noche.
A esta altura, resultará muy claro para el lector que estos paseos de carnaval no ayudan a resolver los problemas de preferencia intertemporal, pero, sin duda, ver buen cine y disfrutar de la buena música no parece un placer menor. Al menos para los afortunados que podemos hacerlo.
* Profesor titular regular de Finanzas Públicas en la FCE, UBA; Director y docente de la Maestría en Economía de la misma facultad. Es Investigador del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP-Baires) y miembro del CIDED, UNTREF.