
Por Andrés López**
Recientemente el gobierno nacional dispuso el cierre de las exportaciones de maíz hasta el mes de marzo de 2021 con el objetivo supuesto de garantizar el abastecimiento del mercado interno. Ante las protestas del sector agropecuario, primero hubo una revisión parcial de la medida y finalmente se volvieron a liberar totalmente las exportaciones. En este contexto, una diputada nacional expresó en su cuenta de Twitter que “tenemos la maldición de exportar alimentos”, añadiendo que era necesario desacoplar los precios internos de los internacionales para proteger el poder de compra de los salarios domésticos.
No sabemos si voluntaria o involuntariamente, la diputada hizo referencia a un conocido debate en torno a la llamada “maldición de los recursos naturales” (resource curse), expresión que usó por primera vez, aparentemente, Richard Auty en un libro publicado en 1993 (aunque ya antes Alan Gelb había utilizado la expresión “curse” para referirse a los impactos de los shocks de precios que generan windfall profits en la industria petrolera). Mientras que Auty en su libro hablaba de las economías exportadoras de minerales, la tesis de la maldición se expandió hacia el conjunto de los recursos naturales a partir del influyente y discutido trabajo de Jeffrey Sachs y Andrew Warner de 1995, en el cual mostraban que había existido una relación negativa entre recursos naturales y crecimiento para un panel de países entre 1971 y 1989; en realidad, el título del paper era bastante engañoso, ya que hablaba de “natural resource abundance”, mientras que la variable explicativa que empleaban los autores era el ratio de exportaciones de recursos naturales sobre el PBI (que es, strictu sensu, una medida de la dependencia de una economía respecto de la exportación de recursos naturales, y no de la abundancia de estos últimos).
Luego de la publicación del paper Sachs-Warner, floreció una vasta literatura destinada a revisar sus hallazgos, potenciada en particular durante el superciclo de precios altos de los commodities iniciado en los primeros años del siglo. Existen varios surveys que revisan esta literatura[1], incluido uno que elaboramos hace unos años para un libro de la serie Progresos de la AAEP. En breve síntesis, la evidencia generada por numerosos estudios econométricos que analizan las relaciones entre recursos naturales y crecimiento no avalan la existencia de la “maldición”; no parece haber ninguna relación negativa entre la abundancia de recursos de un país y su nivel de ingresos o la tasa de crecimiento de su economía. Sí, en cambio, podría haber alguna evidencia a favor de que la dependencia de un país respecto de sus recursos naturales (que puede involucrar el canal exportador, pero también el fiscal) podría tener un impacto negativo sobre su potencial de desarrollo (en particular cuando hablamos de industrias extractivas).
Los posibles canales de esa relación negativa incluyen, entre otros, la volatilidad de precios de los commodities, los efectos (dañinos) de los recursos naturales sobre las instituciones y el manejo de la política económica, y el conocido fenómeno de la enfermedad holandesa. En cualquier caso, la evidencia tanto cuanti como cualitativa sugiere que buena parte de la diferencias nacionales en cuanto a la relación entre recursos naturales y desarrollo depende del manejo que hagan los países de dichos recursos, lo cual incluye, entre otros factores, la existencia de mecanismos que amortigüen los impactos de los shocks de precios sobre la economía local, así como el uso de los ingresos generados por los recursos naturales para potenciar la inversión en capital físico y humano y diversificar las estructuras productivas y exportadoras de los países respectivos.
Pero más allá de este debate teórico y empírico, tanto la medida adoptada por el gobierno como la expresión de la diputada nacional no resultan hechos aislados en la historia argentina. Por el contrario, la introducción de medidas que buscan restringir las exportaciones de productos agropecuarios o tratan de capturar parte de los ingresos extraordinarios que pueden emerger en momentos de altos precios internacionales o devaluaciones bruscas de la moneda local (las retenciones a la exportación buscan este último objetivo, además de acercar recursos rápidos al fisco en momentos de crisis) tiene una larga historia en nuestro país. La motivación de desacoplar precios internos y precios internacionales (o bien de evitar que los precios internos reflejen totalmente el shock positivo derivado de las devaluaciones o los aumentos de precios internacionales), con el fin de proteger el poder de compra de los consumidores locales siempre ha estado presente, al menos en el discurso, en los momentos en donde se han adoptado restricciones de precios o de cantidades en los mercados agropecuarios.
No vamos a discutir aquí la racionalidad ni los impactos de este tipo de instrumentos, algo que excede las intenciones de esta nota (y sobre lo cual hay muchos colegas que seguramente tienen mucho más que aportar que el autor). Más modestamente, hemos elaborado unos gráficos muy simples, que obviamente no prueban per se ninguna relación causal, buscando ilustrar la relación entre exportaciones de alimentos y niveles de ingreso de los países. Son tres gráficos, que respectivamente muestran la relación entre exportaciones totales de alimentos, exportaciones per cápita y share de exportaciones de alimentos en las exportaciones totales de bienes, contra el PBI per cápita de cada país medido en paridad de poder adquisitivo. Todas las cifras son de 2019. Las de exportaciones de alimentos provienen de UNCTAD (y cubren la categoría “food, basic” que usa dicho organismo, la cual incluye las secciones 0, 22 y 4 de la SITC –Standard International Trade Classification-) y las de PBI per cápita del Banco Mundial. La muestra incluye 145 países con datos para las variables respectivas (hemos excluido a los llamados estados pequeños o micro estados).
Estas relaciones simples parecen avalar (nuevamente, sin pretensión de generar una prueba rigurosa, sino de ilustrar con estadísticas básicas el fenómeno que estamos analizando), la idea de que mientras que la exportación de alimentos per se no parece estar correlacionada negativamente con el nivel de PBI per cápita de los países (si la relación parece ir hacia algún lado, es en sentido positivo, aunque, de nuevo, esta simple correlación no ofrece prueba suficiente), la dependencia de la exportación de dichos productos (esto es, el peso que los alimentos tienen en la canasta exportadora) podría tener una relación negativa con aquel indicador. En otras palabras, estamos en el mismo terreno que el que surge de la evidencia econométrica antes mencionada: no hay una maldición de los recursos naturales, pero las economías que dependen excesivamente de dichos recursos (en este caso alimentos) podrían verse afectadas negativamente por dicha dependencia.
Entonces, ¿prohibir la exportación de alimentos es una medida razonable para una economía como la argentina? En un contexto en el cual hay un amplio consenso respecto de la necesidad de elevar las exportaciones como un instrumento clave para promover el desarrollo del país (sea que usemos el argumento de la restricción externa, o pensemos que exportar puede ayudar al crecimiento vía ganancias de productividad u otros mecanismos), no parece lógico ir en contra de una fuente de exportaciones clave. En todo caso, la razonable preocupación por el ingreso real de los segmentos más vulnerables de la población puede ser atendida con otros instrumentos.
Pero si exportar alimentos no puede ser visto bajo ninguna luz razonable como una maldición per se para la Argentina, resta de todos modos la exigente agenda de avanzar hacia mayores niveles de diferenciación de dichas exportaciones y de diversificar la estructura exportadora local. Hay evidencia que sugiere que la Argentina tiene mucho para progresar en el primer objetivo (comparada con otros países exportadores de productos similares)[2], y también hay evidencia, a nivel internacional, que muestra que la diversificación exportadora puede ayudar al crecimiento (lo mismo vale para las ganancias de “calidad” de la canasta de exportaciones[3]). Pero estos objetivos están lejos de ser alcanzables mediante prohibiciones (las que de hecho conspiran directa o indirectamente contra aquellos), sino que requieren la adopción de políticas de desarrollo productivo y tecnológico que ayuden a remediar las fallas de mercado y de coordinación y otros factores que pueden bloquear la consecución de dichos objetivos. Sobre esto ya se ha hablado mucho en la literatura internacional y doméstica y no tenemos nada para agregar aquí, salvo que el tiempo pasa y la necesidad de abordar estos temas mediante políticas eficaces y sostenidas en el tiempo es cada vez más apremiante. Argentina/os, a las cosas y no a los mitos.
Y acá una playlist para acompañar la lectura
Relación entre PBI per cápita (PPA) y exportaciones de alimentos, 2019
Relación entre PBI per cápita (PPA) y exportaciones de alimentos per cápita, 2019
Relación entre PBI per cápita (PPA) y participación de las exportaciones de alimentos en las exportaciones totales de bienes, 2019
* El título se lo debo a la siempre fértil creatividad de mi colega Oscar Cetrángolo.
** IIEP, UBA-CONICET.
[1] Frankel, J. (2010). «The Natural Resource Curse: A Survey». Harvard Kennedy School; Van der Ploeg, F. (2010). «Natural Resources: Curse or Blessing?». CESifo Working Paper No. 3125; 2) Badeed, R., Lean H. y J. Clark (2017), «The Evolution of the Natural Resource Curse Thesis: A Critical Literature Survey”, Resources Policy, Volume 51, Marzo, pp 123-134
[2] Brambilla, I. y Porto, G. (2018). «Diagnóstico y visión de la inserción comercial argentina en el mundo». Desarrollo Económico, Revista de Ciencias Sociales, Volumen 58, N° 225, Septiembre-Diciembre.
[3] Henn, C., Papageorgiou, C., & Spatafora, N. (2013). Export Quality in Developing Countries. IMF Working Paper WP/13/108; International Monetary Fund. (2017). Cluster report: Trade integration in Latin America and the Caribbean. Washington, D.C.: IMF Country Report No. 17/66; Lederman, D., & Maloney, W. F. (2008). In Search of the Missing Resource Curse. Economic Journal of the Latin American and Caribbean Economic Association, 9(1), 1-57; Aditya, A., & Acharyya, R. (2011). Export diversification, composition, and economic growth: Evidence from cross-country analysis. The Journal of International Trade & Economic Development: An International and Comparative Review, 22(7), 959-992.
2 comentarios sobre “¿Está maldito el granero?*”